La idea del Tren Maya

adriana delgado columnista

 

Por Adriana Delgado Ruiz |

 

El Tren Maya no es una mala idea y puede ser una gran inversión. Por sí mismas, este tipo de obras suelen tener el efecto de concentrar a la población alrededor de sus estaciones, lo que abre diversas oportunidades locales, regionales y muchas más. Sin embargo, todo ese esfuerzo no está cerrando el círculo con inversiones paralelas que lo hagan brillar.

El objetivo de la construcción, de acuerdo con el planteamiento del proyecto, es conectar Tabasco, Chiapas, Campeche, Yucatán y Quintana Roo para “reducir los tiempos y costos del transporte de mercancías, pasajeros y turistas” en esa zona del país.

Pero ¿qué tal si a las estaciones de tren se agregan planes integrales de desarrollo de actividades económicas? El vasto mundo maya da para todo. Generar paradores turísticos con una infraestructura hotelera y turística bien planeada y establecida. Empleos bien capacitados y remunerados en cada una de las actividades de esa industria. Colaboración estrecha entre la iniciativa privada, el Fonatur, el INAH y los gobiernos locales para hacer brillar todas las maravillas que hay en la región, con la debida preservación de todo ese legado y guías especializados en explicarlo a los turistas.

A bordo, el tren puede tener en sus dispositivos audiovisuales las grandes historias y leyendas del mundo maya, narradas por sus voces nativas, e información útil e interesante sobre sus pirámides, cenotes, el juego de pelota, el jaguar, la selva y mucho más.
Cada parador bien puede enfocarse específicamente en una de las múltiples posibilidades: cultura, ecoturismo, aventura, sol y playa, buceo, y hasta alternativas innovadoras para grupos de convenciones, exposiciones de negocios y turismo especializado.
Todo eso debe ir acompañado, por supuesto, de una responsabilidad ambiental sólida que mitigue el impacto de la presencia humana y conserve rigurosamente hábitats naturales y ecosistemas. El progreso económico no necesariamente es enemigo del medio ambiente, sino puede que ser un gran aliado.
No se trata de descubrir el hilo negro. Europa, por ejemplo, se mueve en tren. Los hay de alta velocidad para trasladarse rápidamente incluso entre países, regionales que viajan igual hacia pequeñas aldeas que a grandes ciudades, nocturnos que permiten al pasajero viajar mientras duerme, y hasta panorámicos que recorren sitios con paisajes de montaña espectaculares y las costas más pintorescas.

En México, después de la Revolución, los gobiernos se olvidaron de ese medio de transporte. Por décadas, la infraestructura ferroviaria tuvo únicamente los 19 mil 528 kilómetros Porfirio Díaz dejó construidos. Durante seis décadas, a partir de 1937, los ferrocarriles fueron una empresa paraestatal en manos del gobierno y un sindicato ineficiente que volvieron a ese medio de transporte absolutamente incapaz de competir como alternativa a las carreteras y líneas aéreas para trasladar pasajeros.

El Jarocho, emblemático tren de pasajeros que recorrió la ruta de Ciudad de México al Puerto de Veracruz hasta 1999, es todavía una experiencia recordada con nostalgia por las generaciones más grandes. Hoy solo queda El Chepe y su recorrido turístico por Chihuahua y el norte de Sinaloa.

Las administraciones anteriores no hicieron nada al respecto más allá de intenciones fallidas. Nunca concretaron el propósito de un tren México-Querétaro, dejaron inconcluso el México-Toluca en medio de corrupción y escándalos.

Pero recuperar el tren como forma de transporte no es ninguna mala idea. Hay que ponerle visión. El Tren Maya puede ser un gran detonador de bienestar para el sureste mexicano.