El caos institucionalizado

azul etcheverry columnista

 

El pasado fin de semana se llevaron a cabo las elecciones internas de Morena en la que se estima
participaron cerca de 3 millones de personas afiliadas al partido, en un ejercicio realizado por las
Asambleas Distritales de las 32 entidades del país, se votó para elegir a quienes ocuparán su congreso
nacional, en vísperas de los comicios de 2023 y 2024.

Desafortunadamente, se registraron disturbios además de denuncias por la compra de votos y acarreo
de personas a las urnas. En Puebla, Oaxaca, Chiapas, Guerrero y Durango se reportó la quema de urnas,
robo de casillas y coacción del voto. Los dirigentes de Morena informaron que tuvo que ser suspendida
en 19 de los 553 centros de votación y que en 5 de los 300 distritos electorales se anulará el proceso.

En ese sentido, el propio presidente Andrés Manuel López Obrador reconoció las problemáticas
suscitadas durante esta jornada en la que por primera vez se renuevan 3000 congresistas, quienes
integrarán a su vez el congreso nacional del partido en septiembre, donde se elegirán a su consejo
nacional y comité ejecutivo tras años de irregularidades en sus órganos internos y la nulidad de sus
procesos de selección por falta de claridad en su padrón, de acuerdo con lo decidido en el Tribunal
Electoral del Poder Judicial de la Federación.

Sin lugar a duda, se trató de un evento polarizante que nos deja entrever por una parte lo peor de viejas
prácticas partidistas-electorales en un movimiento que se jacta de ser diferente, la gran capacidad e
interés de movilización “natural” de millones de simpatizantes, más allá de los acarreos denunciados en
el país, además de la complejidad que representa institucionalizar un movimiento social que hoy ocupa
la presidencia, mayoría en el Congreso y gobierna a la mayor cantidad de mexicanos en 22 entidades
federativas.
Sin embargo, se trata de una responsabilidad enorme para una fuerza política en ciernes que se ha
caracterizado por no encontrar puntos en común más allá del liderazgo incuestionable e irrefutable del
presidente Andrés Manuel López Obrador, quien desde una posición casi mesiánica predica con
autoritarismo y polarización, factores que han influido en la ruptura con otras fuerzas partidistas en
detrimento del debate y consenso político fundamentales en democracias liberales.

El problema no es reciente, se remonta a la fundamentación de la izquierda mexicana, llena de discursos
nacionalistas, contestatarios, revolucionarios encabezados por caudillistas carismáticos que no han
sabido traducir dentro de su movimiento la necesidad de millones de mexicanos hacia verdaderas
políticas partidistas.

Lo que seguimos viendo es el uso de recursos públicos para la ejecución de, entre otras cosas, el
presunto uso discrecional de programas públicos, afiliaciones masivas, coacción de funcionarios
públicos, en un contexto complejo en donde factores como el crimen organizado comienzan a jugar
roles cada vez más significativos en la vida política de algunas regiones del país.

Sin duda celebro todo ejercicio democrático partidista, siempre y cuando se trasciendan las necesidades
y exigencias de una sociedad hoy llevada al hartazgo, ojalá que verdaderamente estemos avanzando
hacia un país mejor organizado y representativo, no obstante, lo que vimos el fin de semana pasado, se
quedó corto.

Azul Etcheverry Aranda