Imperios de la mente— Ellos y nosotros

Autor: Dr. José Martín Méndez González

 

 

¿Cómo inflitrarse en el mundo y supervisarlo, si es que eso es posible siquiera?, pregunté.

Se fabrica un producto y se deja suelto, me contestó el general de división en la reserva Sidney Shachnow.

Gruñidos imperiales, Robert D. Kaplan.

 

 

Estas últimas semanas han estado en el ojo mediático las votaciones tanto nacionales como extranjeras. Por un lado, tuvimos la renovación de 6 gubernaturas en México: Aguascalientes, Hidalgo, Oaxaca, Tamaulipas, Durango y Quintana Roo; por el otro, las contiendas por la presidencia en Colombia no pasaron desapercibidas en los noticieros y mesas de análisis político nacionales.

 

En el primero de los casos, el interés nacional se enfocó en cómo cambiaría el panorama político: de las 6 gubernaturas, ¿cuántas cambiarían de color? ¿Cuántas seguirían igual? ¿Cuántas se pintarían con el color del partido en el poder? El resultado, 4 de las 6 entidades en disputa, ahora enarbolan el color del partido en el poder.

 

Las elecciones presidenciales de Colombia quizá no se les hubiera dedicado tanta importancia mediática en México de no ser por el “mensaje de solidaridad” que el Presidente de México envió al entonces candidato presidencial—ahora Presidente Electo de Colombia— Gustavo Petro, además de “invitar” a los ciudadanos colombianos a “elegir bien”. Estos llamados levantaron más de una ceja en la Cancillería Colombiana, desde donde manifestaron su inconformidad al señalar que las declaraciones del Presidente de México constituían una “injerencia desobligante en los asuntos internos del país”, una manera diplomática de decir “Zapatero a tus zapatos”.

 

Viendo en retrospectiva estos acontecimientos, uno se pregunta por el transfondo de las campañas políticas. ¿Realmente habrá influenciado el voto en Colombia la “invitación” del Presidente de México? ¿Son los ciudadanos en Colombia igualmente “influenciables” que los de México? Cada cierto tiempo, aparecen en el horizonte mediático un puñado de hombres y mujeres que prometen traer bajo el brazo la solución a los problemas que aquejan a un país, un estado, un municipio, etc. ¿Cómo nos “informamos” para tomar una decisión y votar en las urnas? ¿Redes sociales, mesas de análisis en TV? Y una vez que sentimos que estamos saturados de “información”, ¿votamos con el lado racional o emocional de nuestro cerebro?

 

Por ejemplo, un estudio en el 2021 del Pew Research Center muestra que la red social Facebook es la que más usan los estadounidenses para consultar noticias; le siguen Youtube, Twitter e Instagram (por cierto, ésta última fue adquirida por Facebook hace una década). El estudio también describe los perfiles demográficos (edades, sexo, nivel de estudios, grupo étnico e inclinación política) de la población que consume noticias en las redes sociales.

 

Probablemente recuerda el caso de Cambridge Analytica (CA), la empresa británica que hacía análisis de datos para crear estrategias en las campañas políticas. En 2018 esta empresa alcanzó los titulares mundiales al destaparse un escándolo que incluía la recopilación y uso de los datos de millones de usuarios de Facebook sin su consentimiento con la finalidad de realizar perfiles psicológicos, y con ello crear propaganda política en beneficio de quien los hubiera contratado (por ejemplo, la campaña de Donald Trup en 2016).

 

¿La materia prima del algoritmo? Los “me gusta” que daban los usuarios, principalmente. Con tan solo 10 “me gusta”, el algoritmo de CA podía inferir con muy buena precisión qué tipo de persona era el usuario; la precisión se refinaba conforme se recopilaban más “me gusta”, al punto de que el algoritmo puede “conocer” nustros gustos, tendencias y otras características (por ejemplo, la inteligencia) mejor que nosotros mismos. Conociendo el perfil psicológico, CA podía utilizar Facebook para desplegar anuncios orientados a cada tipo de personalidad según fuera necesario para inclinar la balanza en favor de la campaña para la que fue contratada. La idea era explotar más el aspecto psicológico que el demográfico.

 

Sin embargo, demostrar que los algoritmos de CA fueron la clave para ganar tal o cual elección hallan sido la clave para ganar tal o cual elección con el mismo grado de precisión con el que inferieron perfiles psicológicos, se vuelve un poco más difícil. Después de todo, los anuncios que vemos en redes sociales no son lo único a lo que estamos expuestos. Nuestro entorno socio-económico, las interacciones sociales en el trabajo o fuera de él, también alimentan nuestro punto de vista sobre los temas que consideramos importantes.

 

Y aquí viene otro aspecto a considerar: ¿somos más flexibles “fuera” que “dentro” de las redes sociales? ¿Nuestras ideas políticas son inamovibles, tanto que no nos permiten ver si estamos en un error a pesar de la evidencia? En 2013 un grupo de investigadores en Estados Unidos llevó a cabo un experimento. A un grupo de 1,100 personas se les dio una prueba particularmente orientada a evaluar habilidades matemáticas. Entre todas las preguntas, había dos de particular importancia: la primera preguntaba cuál era la correlación entre una crema corporal y la aparición de picazón en la piel; la segunda, preguntaba sobre la correlación entre las tasas de criminalidad y la legislación sobre el control de armas.

Los resultados de las pruebas mostraron que aquellas personas con mejores habilidades matemáticas respondían correctamente a la primera pregunta, pero no a la segunda, al menos no tanto como cabría esperar ya que el conjunto de datos en ambas preguntas era el mismo, con sólo una respuesta objetiva, es decir, ambas preguntas eran matemáticamente idénticas. ¿Por qué?

 

La conclusión del experimento es que si la ideología política del participante no se alineaba con la interpretación correcta de los datos, muy probabemente su “análisis” los conducía a una respuesta incorrecta: sus ideas políticas sesgan o nublan la parte racional de su cerebro. Pareciera que, una vez elegido y aceptado en un bando político, se vuelve difícil tener una mente abierta a otras explicaciones o narrativas políticas. Y si existe un refuerzo positivo hacia nuestra muy particular visión política en las redes sociales (donde cada vez pasamos más tiempo), la polarización se vuelve inminente: aflora el “Nosotros” versus “Ellos”, que tiene una raíces biologicas que corren muy profundo a lo largo de milenios en la historia de la civilización humana, e. g. el surguimiento de las tribus.

 

Este sesgo no va a desaparecer esta generación. Es más, creo que está siendo explotado y aprovechado por quienes diseñan y despliegan campañas políticas al mejor postor o que estén alineadas a una agenda a largo plazo. Lo que conviene tener en mente en las próximas votaciones es que “el remedio para un argumento falaz es un argumento mejor, no la supresión de la idea”. Toda idea política es un experimento social a cierta escala. Antes de emitir nuestro voto, experimentemos ser ciudadanos informados, conscientes de nuestros sesgos y de quienes buscan aprovecharlos… y quizá no por el bien de todos nosotros.