Lealtad a la Mexiquense

 

 

Guillermo Calderón Vega.

Según el diccionario la lealtad es una cualidad, humana y tiene que ver con el cumplimiento de lo que exigen las leyes de la fidelidad y del honor; para ser leal se requiere mantenerse fiel hacia otra persona o a una causa, pero implica hacerlo con sinceridad y voluntad personal. La lealtad, representa un acto de libertad, donde cada uno decide a qué o a quien ofrecer su afinidad; así ha sido aceptado por toda la sociedad y así lo deberíamos de entender todos.

En la dimensión política a la lealtad, se le dotó de atributos distintos, provocando que su sentido primigenio cambie por completo: obediente y disciplinado, son dos adjetivos que, desde ese espacio, se presentan como requisitos indispensables para mostrar lealtad y desde ese ámbito, ésa es la extraña manera de comprender, practicar y exigir la lealtad.

En México hubo un tiempo -no muy lejano, por no decir reciente- en el que se medía y presumía a la lealtad, como símbolo de liderazgo y hegemonía política, así se medía el grado de importancia de un personaje o un partido político, con solo mostrar el grado de obediencia y disciplina que le proferían, en público o en privado, en su comunidad o con sus cercanos.

La lealtad a la mexiquense es otra cosa, es todo un caso de estudio para la antropología social, lo que originalmente se encontraba dentro de un marco contextual ético se trasladó al espacio político, como un condicionante; y la lealtad, entonces, ya no era más un principio ético, era un instrumento político que se transformó para dar paso a la supremacía mexiquense, reconocida en todo el país.

El Estado de México, sin duda ha tenido un papel preponderante en la arena política nacional, desde allí, se promovían las nuevas formas de la práctica política nacional y que inspiró muchos de los mecanismos de operación y movilización territorial en ambientes electorales; allí, se montaban los grandes laboratorios ideológicos del marketing político para la lucha por el poder; pero también, de allí surgieron grandilocuentes frases que daban vida al ideario nacional; basta recordar aquella máxima de: “político pobre, pobre político”, de extendido uso y de raigambre social.

Bajo el manto del nuevo concepto lealtad, acuñado en tierras mexiquenses, ésta debía de iniciar en la comuna y se reclamaba desde las cúpulas del poder, que implicaba, obedecer a ciegas ciertos rituales políticos; y,  también, la unidad, que significaba docilidad sacra, para dar paso a la “pleitesía de las estatuas y de los homenajes”; donde la fecha era importante, pero el lugar, lo era aún más, no era lo mismo un 8 de octubre – día de la fundación de San Salvador Atenco- que un 3 de marzo; tampoco era lo mismo Atlacomulco que Nezahualcóyotl; porque, en uno, solo llegaban algunos privilegiados y en el otro no importaba quien llegara; en  unos casos se exigía vestimenta formal y para otros (eso), no tenía importancia alguna.

El gran error de origen de esta lealtad a la mexiquense nunca estuvo en su (“chistosa”), diferente composición lingüística, más bien lo estuvo en la manera en cómo corría la lealtad; en su sentido de circulación dentro de la comuna y entre los círculos del poder mismo; en el mapa de navegación político mexiquense, la lealtad nunca fue un norte que los guiara, más bien, se construyó a manera de dique, eso sí, infranqueable para quienes no debieran estar en los muy pocos y reservados, sitios de poder.

Los libros y la lógica nos dicen que la lealtad es bidireccional; que corre de manera horizontal, de izquierda a derecha y de derecha a izquierda; que se trata de un código que está siempre en sintonía con valores éticos y en donde impera la libertad de uno mismo para decidir a qué o a quien ofrecer un compromiso; sin embargo,  contra todo ello, en la lógica política mexiquense, no es así; la lealtad es unidireccional; corre en un sólo sentido y debe de ser, de abajo hacia arriba, porque si se pretende lo contrario eso es deslealtad; no es un código de ética, por ser un enunciado desprovisto de valores, es un instrumento de control político que si no se atiende con puntualidad  o se le desconoce, eso es deslealtad; tampoco hay libertad de decisión, porque es desde la cúpula de poder te dicen a qué, quién cómo debes de ofrecer compromiso -como a las estatuas y las ceremonias- y sino lo haces, eso es deslealtad.

Prácticamente en el Edomex, ya inició el proceso electoral donde se disputará la gubernatura del estado, mis preguntas finales serían: ¿acaso la lealtad a la mexiquense es un bien en peligro de extinción?; ¿se recurrirá, otra vez, a la lealtad a la mexiquense, para pedir unidad en el Estado de México?; ¿habrá humildad para reconocer que se equivocaron durante muchos años?; ¿se tendrá la capacidad para hacer que lealtad, deje de ser un instrumento de control y vasallaje político?; ¿correrá de manera distinta la lealtad, es decir, ya no más de abajo hacia arriba, sino de arriba hacia abajo?; y,  ¿podrán tapar el enorme boquete abierto por falta de inclusión, bajo el pretexto de la obediencia y la disciplina sacra?.

Lo veo muy lejos, nos leemos en la próxima de: Mis preguntas finales.

Guillermo Calderón Vega. Profesor Universitario, abogado, exfuncionario público, Experto en operación, negociación y concertación política.