UN PAÍS CON DESNUTRICIÓN

Por Adriana Delgado Ruiz |

Millones de mexicanos tienen hambre, no cuentan con los recursos para saciarla y mucho menos para hacerlo de forma nutritiva y los más afectados son los niños y niñas. Casi 12 de cada 100 de ellos viven en pobreza extrema y sufren inevitablemente de desnutrición crónica.

La escena es por demás inquietante. En las zonas rurales no suele haber frutas y verduras al alcance, proteínas animales, solo en ocasiones muy especiales. En muchas ocasiones, lo único que los niños tienen a la mano es una tiendita donde les alcanza nada más para un pan lleno de azúcares y conservadores químicos o un refresco igualmente dañino. Si no hay para el gas, la actividad física es recolectar leña. En muchas comunidades no tan apartadas, no hay siquiera agua potable.

Esas condiciones los hacen vulnerables a múltiples enfermedades y entorpecen su desarrollo físico y cognitivo. En las escuelas que hay donde viven, las instalaciones son por demás precarias. Con la pandemia supimos que 47,566 planteles no cuentan con servicios sanitarios mínimamente decorosos. Una cantidad similar no tienen electricidad, y de internet y computadoras para la educación, bueno, mejor ni hablamos.

El panorama no se ve optimista. El valor de la canasta alimentaria en la Línea de Pobreza Extrema por Ingresos es de 1,978.54 pesos, 12.4 por ciento más que el año pasado, incremento 4.72 por ciento por arriba de la de por sí muy elevada inflación general. 34.4 de cada 100 trabajadores ganan máximo un salario mínimo. Si ese ingreso es de 172.87 pesos diarios, entonces necesitan el sueldo de 11 días y medio de cada mes exclusivamente para comprar lo mínimo necesario para comer.
La situación lleva años empeorando. La Medición de la Pobreza más reciente del Coneval dice que en 2020, 28.6 millones de mexicanos no tenían acceso a una alimentación nutritiva y de calidad. En 2018 eran 27.5 millones y en 2016, 26.5 millones.

La pandemia y la dolorosa crisis económica mundial ahora acentuada por la guerra, hacen ahora todavía más desolador el horizonte. El campo mexicano pasa además por una crisis particular entre la sequía que azota al 80 por ciento del territorio nacional, la escasez de fertilizantes en el mundo dado que Rusia es uno de los productores principales del que importábamos el 30 por ciento, y la carencia de insumos para la producción agrícola igualmente por la situación del mercado en el mundo.
En Jilotepec, Estado de México, por ejemplo, El Grupo Carso compró tierras que servían a la producción de alimentos para convertirlas en un parque industrial. Sin más alternativa, los campesinos dejan de serlo para transformarse en obreros.

La Secretaría de Agricultura y Desarrollo Rural lanzó este fin de semana una historieta titulada “¡A rescatar al campo mexicano!”, para ser distribuida casa por casa, en que plantea que “estamos justo a tiempo para evitar una hambruna”. El cómic es parte de un plan de impulso a la producción para el autoconsumo con apoyos a los campesinos mediante subsidios y precios de garantía.

Queda claro que hay que apoyar al campo y hacerlo productivo. Pero ¿será esa la ruta más adecuada? En las décadas del reparto agrario y el dominio del ejido, el asistencialismo visto como dádiva en vez del impulso a la inversión y la competencia mantuvieron al campo hundido en una pobreza histórica.
Apostar por la tecnificación, las tecnologías agropecuarias, la vocación de cada tierra y el desarrollo de un mercado ordenado, han tenido el mejor impacto en las naciones líderes en la producción de alimentos. Hay que voltear a ver las experiencias más enriquecedoras.