Los verdaderos enemigos

 

 

Recuerdo, de pequeño, cómo las celebraciones en la escuela en torno al 12 de octubre eran todo un acontecimiento. Interpretaciones culturales, poemas alusivos y hasta una alegre canción que todavía ocupa un lugar en mi memoria, eran algunas de las actividades conmemorativas en estas épocas.

 

La Niña, la Pinta y la Santa María fueron, sin duda, de los primeros nombres propios que se grabaron en nuestra memoria en nuestra niñez temprana. Todavía hace un par de años, la emoción me condujo a derramar lágrimas de orgullo cuando mi pequeño hijo Enrique, de segundo de Kinder, interpretó de forma magistral el papel de Cristóbal Colón en una obra de teatro con motivo de la festividad del descubrimiento de América.

 

Si bien es cierto que Colón nunca tuvo la intención de descubrir un nuevo mundo, sino una ruta más eficiente para llegar a las Indias, entendiendo por éstas toda la parte sur-oriente del continente Asiático, su hazaña no fue menor. Y lo hubiera conseguido, ya que su teoría de la redondez de la Tierra era correcta, si no se le hubiera atravesado una masa continental de por medio.

 

Si Colón no hubiera llegado, no seríamos unos aborígenes felices por no haber sido conquistados, como algunos pretenden hacernos creer. Simplemente, no existiríamos. Por las venas de todos los mexicanos corre sangre mestiza, tanto europea como indígena. Nuestra raza es producto de la fusión de dos culturas, y somos lo que somos gracias a ese encuentro de dos pueblos.

 

Por eso, como mexicano, no deja de incomodarme que se ataque tanto al pasado. Un pasado que, quizá doloroso y traumático, no deja de ser nuestro origen. Si Colón no hubiera llegado, otro lo hubiera hecho. Por eso me parece un exceso pretender crear y encausar un odio inexistente hacia su figura con actos como la erradicación del monumento que homenajeaba su recuerdo en la Ciudad de México.

 

Más aún, estudios contemporáneos han demostrado el origen judío sefardita de Colón, lo mismo que los fundadores de las capitales de Coahuila y Nuevo León, Alberto del Canto y Diego de Montemayor, respectivamente. Los norestenses tenemos ese origen y cultura en común, gracias a los cuales comemos cabrito, tortillas de harina, dulces de leche y panes regionales, como el de pulque en Saltillo y las semitas de Bustamante.

 

No es tanto tumbar una estatua, al fin y al cabo, se trata solo de piedra y bronce, sino lo que está detrás y lo que esto genera. Significa rebelarnos contra nuestros antepasados, desconocer nuestros orígenes, avergonzarnos de nuestra historia. Genera problemas diplomáticos, crea discordia en la sociedad e inventa resabios internos.

 

Los verdaderos enemigos de México no son los exploradores, los conquistadores ni los colonizadores españoles que, por cierto, ya llevan varios siglos muertos. Los enemigos de nuestra Patria son la pobreza, la injusticia, la inseguridad y la falta de oportunidades. Ahí es donde, unidos sociedad y gobierno, debemos dirigir nuestros esfuerzos.

 

¡Feliz día de la Raza!

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