Cambiemos historias: salvemos a Marthita

 

En 2007, en el paradisiaco Cancún habitaba un monstruo al que apodaban el “zar de los giros negros”. Un tipo que, sin ser mexicano, tenía un control casi absoluto sobre las autoridades nacionales y se movía con toda impunidad por la península, pese a su reputación de ser un torturador de mujeres y explotador sexual de niñas.

 

Se llama Raúl Martins Coggiola y llegó a México en 2002, tras años de trabajar como espía para la dictadura militar de su natal Argentina en los años 70. Luego de años de disfrazarse como profesor universitario para ubicar y desaparecer a jóvenes que luchaban por la democracia de su país, el espía cambió de giro y se reinventó como un empresario de prostíbulos de lujo en la ciudad de Buenos Aires, donde aprendió a atraer políticos de alto nivel hasta sus locales y luego garantizar la protección de sus negocios sucios con grabaciones secretas de sus poderosos clientes en situaciones comprometedoras.

 

Esa experiencia la trajo a México hace 18 años y la instauró en Quintana Roo, donde llegó a tener cinco casas de explotación sexual disfrazadas de tabledance a las orillas del mar del Caribe mexicano, donde también tenía cámaras de video grabando a cada político y empresario local, como una forma de seguro de vida y de negocios.

 

Su red criminal –que aprendió sus tácticas de guerra en la milicia argentina– secuestraba y trasladaba hasta Cancún y Playa del Carmen a mujeres engañadas de todo el país y América Latina. Una vez atrapadas, sus empleados las violaban hasta dejarles el espíritu tan abollado que eran sometidas por el personal y los clientes en un silencioso suplicio.

 

La influencia perniciosa de Raúl Martins cambió para siempre el rostro de Cancún. El paraíso de aguas turquesas se convirtió en un destino de turismo sexual para pedófilos que salpicaban de rojo la arena y los hoteles. El espía argentino que sedujo a políticos mexicanos de primer nivel hizo de Quintana Roo una trampa mortal para mujeres y niñas, especialmente a las más pobres y vulnerables.

 

Fue en aquellos años de influencia del “zar de los giros negros” que el Instituto Nacional de Migración rescató a Marthita en Cancún, Quintana Roo. Eran tiempos terribles y peligrosos para luchar contra la trata de personas. La violencia campeaba contra las niñas y su historia lo ejemplifica: su padre, un tipo al que la violencia se le desbordaba cuando se hinchaba de cerveza, asesinó a su madre y aprovechó esa media orfandad para prostituir a su hija.

 

Marthita tenía apenas 6 años cuando llegó a Fundación Camino a Casa. No hablaba bien español, pues su lengua materna era de la comunidad indígena donde había crecido. Sin saber ni siquiera sumar y restar, aprendió lo que era someterse a la violencia de hombres que pagaban por violarla en habitaciones con servicio al cuarto y las olas del mar como ruido de fondo.

 

La mayoría de sus angustiadores eran hombres mexicanos que se aprovechaban del crecimiento imparable de la trata de personas en Quintana Roo en aquellos años. La construcción de nuevos tabledance, la aparición de falsas casas de masaje, el montaje de espectaculares que anunciaban líneas telefónicas para solicitar “chicas prepago” les hacían sentir seguros a la hora de rentar el cuerpo de una niña como Marthita.

 

Otros eran los extranjeros, quienes viajaban largos kilómetros por aire para hacer en México lo que estaba prohibido en sus países, dándole a nuestro país un vergonzoso apodo por convertirse en un paraíso de la prostitución forzada infantil: “la Bangkok latinoamericana”.

 

Sobra decir los estragos que esos meses causaron en Marthita: todas las madrugadas despertaba llorando por pesadillas que apenas podía explicar en español. Su vida se había convertido en un ciclo doloroso: despierta, lloraba frente a esos clientes explotadores; dormida, soñaba con esos monstruos que la lastimaban.

 

Su rescate fue uno de los más complicados, pero también de los más satisfactorios. En condiciones muy complicadas, Fundación Camino a Casa primero y unos años después Comisión Unidos Vs. la Trata pudieron darle un nuevo comienzo en un refugio que se parecía a un hogar en paz, el que nunca tuvo y siempre mereció.

 

Aquella aventura la empezamos juntos en 2008 y gracias a nuestro modelo de acompañamiento no hemos soltado su mano. A diferencia de los albergues gubernamentales, donde las víctimas que huyen de la trata de personas pueden quedarse máximo 6 meses y luego deben hacer espacio para más mujeres violentadas, nosotros la hemos acompañado durante 12 años y hasta la fecha.

 

Ese acompañamiento la ha convertido en una joven alegre que hace unos días, junto con más sobrevivientes que ahora son sus amigas, eligió su vestido para una maravillosa fiesta de 18 años que le organizamos entre quienes la queremos y hemos sido testigos de su crecimiento.

 

Su historia pudo ser sólo el ejemplo de la violencia y la trata de personas anidada en Quintana Roo, pero también es una historia esperanzadora de lo que se puede lograr cuando como sociedad nos unimos para salvar a una niña con un futuro prometedor.

 

Marthtita no estaría en el lugar donde está, segura y rodeada de amor, si no fuera por el esfuerzo colectivo de miles de personas que cada año la honran con un donativo que nos permite a organizaciones como Comisión Unidos Vs. la Trata, Fundación Camino a Casa, Alas Abiertas y más, seguir ayudando a más mujeres y niñas.

 

Este año, volvemos a pedir un acto de justicia social de quienes tenemos el privilegio de no sufrir las violencias que lastimaron a Marthita. Una manera de equilibrar la balanza de la desigualdad. Y lo hacemos con la transparencia que nos caracteriza desde hace años y con el orgullo de resultados tangibles en las vidas de niñas como Mitzi, Karla Jacinto, Paty, Zunduri y más sobrevivientes.

 

Este diciembre de 2020 nuestra campaña se llama “Cambiemos historias” y buscamos mexicanas y mexicanos solidarios que mediante un donativo en la plataforma Freedom Game nos ayuden a llegar a la meta de 15 millones de pesos a través de la página comisionunidos.org/freedomgame.

 

Hasta el 10 de este mes, cada peso donado será multiplicado por un grupo de “matchers” que nos acercarán a nuestros objetivos para el próximo año: queremos financiar la educación de más sobrevivientes, promover campañas de prevención, comprar una camioneta para traslados en las fundaciones y construir dos albergues urgentes y especializados en Ciudad de México y Querétaro con instalaciones dignas e independientes.

 

Sabemos que es una meta ambiciosa. Pero también que es posible, si todos nos unimos. La mejor evidencia es el final de esta historia: hoy, gracias a autoridades comprometidas en Quintana Roo y en la Guardia Nacional, Raúl Martins, el exespía, duerme en una celda de prisión tras años de vivir perseguido por sus víctimas y las organizaciones civiles que las ayudaron, mientras que Marthita es una mujer libre y feliz, sostenida por las manos altruistas de cientos de mexicanas y mexicanos.

 

Eso lo hicimos juntos. Ahora, imaginemos lo que haremos de la mano el próximo año.

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