Diálogo para construir

Este año se cumplen 62 desde que el escritor mexicano Fernando Benítez (1912–2000) fundara el suplemento “Revista Mexicana de Cultura”, en el diario El Nacional, punto de reunión de una pléyade de escritores y artistas en general que animaron la discusión pública sobre los asuntos de interés general y artístico. La efeméride no es menor: con ese hecho, iniciado en 1947 y que aún continúa, se confirma la gran importancia de la prensa mexicana: animar el diálogo de la cultura nacional, esa que comienza en la elección de un candidato, prosigue por la tumultuosa elocuencia de nuestras conversaciones y culmina en la participación de cada uno en todos los ámbitos de la vida social: un partido político, un sindicato, una asociación de profesionistas, una junta de vecinos…. ese diálogo que hoy se multiplica en las redes sociales pero, a diferencia de éstas, con directrices editoriales, reglas de la discusión perfectamente delimitadas.

 

En todas las actividades del ser humano, el diálogo es imprescindible: una idea le da inicio; otras, contrarias a veces, la fortalecen; muchas más le dan perennidad. Pero más allá de su duración y peso, las ideas valen por lo que logran despertar en los interlocutores cuando de construir ciudadanía se trata. El diálogo sistemático es un proceso de construcción de significados compartidos, porque en el diálogo nos definimos a nosotros mismos, como lo escribió Octavio Paz en aquel poema mayor Piedra de Sol (1957):

 

para que pueda ser he de ser otro,

salir de mí, buscarme entre los otros,

los otros que no son si yo no existo,

los otros que me dan plena existencia

 

Para hablar necesitamos de inicio tener significados comunes: para mí, por ejemplo, la literatura es poesía, en el sentido de creación que irrumpe en los cánones. Pero si mi definición de arte literario no corresponde con la tuya, sin diálogo ambas ideas pueden permanecer contrapuestas irremediablemente. En el arte, el diálogo ocurre más allá de las palabras. Es el resultado de un proceso de cooperación y de trabajo conjunto en favor de un significado común: el del autor y el del receptor, quienes gozan el efecto sublime de la obra de arte.

 

En el plano de la cotidianeidad, un suplemento o revista literarios, una sección cultural, una estación de radio confirman el hecho común de la idiosincrasia mexicana: todo es motivo de reunión con los amigos, animados por una misma vocación: la de coincidir en favor de un proyecto mayor, en este caso la salud del diálogo.

 

Por eso, el diálogo es cambio, busca penetrar en el proceso de pensamiento individual y transformar el proceso del pensamiento colectivo. No es un hablar para intercambiar información. Es un decir para cambiar. He aquí el poder del lenguaje, verbal y no verbal, ordinario o estético, humano.

 

@porfirioh

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